Protegido por la noche
yace el viejo museo municipal, el solitario edificio obra de un generoso
alcalde convencido que con tal magna obra conseguiría réditos para su
reelección aunque por desgracia un fraude acabo con sus aspiraciones
pero no así con con su legado. Mecido por el frió viento y esperando
conocer tiempos mejores, gracias a una nueva administración que quiere
impulsar su historia con nuevas exposiciones. Como la que proximamente
va a ser inaugurada y de la cual ya lucen carteles para que todos los
transeúntes conozcan que novedades tiene que ofrecer.
"Misterios del Imperio Romano"
Todo un golpe a la
curiosidad de los ciudadanos de este noble lugar. Aunque por desgracia
no todos pueden esperar a que llegue el día y abran sus puertas para
saciar el intelecto de la gente. En el anonimato y la oscuridad una
sombra se mueve despacio y con cautela. No quiere ser visto ni llamar la
atención. Como un gato tras su presa mide sus pasos y templa su mirada
hacia cualquier lugar para no ser descubierto. Dentro de su traje negro y
su estilizada figura, un tipo calvo y fino bigote se guarda un ser
convulso y en tensión. Sabedor de lo importante que es no fracasar en su
misión. Finalmente se posa delante del lateral del edificio como
retando a la mole de piedra y columnas. Le esta diciendo estoy aquí y
vengo a por mi trofeo. Hecha mano de su centenario arco y escoge una
flecha de su carcaj. De forma medida y tranquila prepara el proyectil
con un garfio en su extremo que le permitirá el asalto.
Músculos tensos y
concentración absoluta. Por un momento se permite recordar la
sensaciones que le traen este mismo gesto hace mucho tiempo en otras
situaciones totalmente distintas. Ahora no oye el grito de los hombres,
el olor a sangre ni el relinchar de los caballos.
Como una molesta mosca
elimina estos recuerdos y vuelve a centrarse. Suelta aire y dispara la
andanada esperando que sea la única. Tan solo un silbido corta el viento
antes de que un ruido metálico confirme que ha llegado a su objetivo.
Vuelve a mirar a ambos lados por precaución y tira de la cuerda para
cerciorarse que no caerá a mitad de escalada al vacío. Suavemente inicia
el ascenso y siente que su cuerpo le traiciona ya no es aquel joven
enérgico y infatigable de antaño. Cada subida le quema el pecho y arde
los pulmones. El deseo de abandonarse es fuerte pero sabe que es solo la
mente. Mente que conoce como su propia alma. Tras una eterna escalada
se agarra a los muros y da un empujón para caer sobre la terraza. Se
toma un breve tiempo para recuperar el aire y piensa que hace una bonita
noche. Un cielo estrellado le saluda. Por un breve lapso vuelve a
pensar en otros tiempos y en otra vida. Solo es un momento, ya esta de
pie buscando la vía de entrada. La fortuna le sonríe el tejado plagado
de claraboyas le dará acceso al interior. Solo espera que los guardas le
den una noche tranquila. Ansia la paz pero hoy no la va a tener. Coge
la cuerda de la flecha y abre con cuidado una de las claraboyas. Mira el
oscuro vientre donde descubre una gran patio donde seguro se hallan
potenciales adversidades recorriendo entre sus pasillos.
Deja el arco y las flechas para la vuelta.
Advierte algunas luces
deambulando. Como se temía no iba a ser tan sencillo. Agarrado a la
cuerda como si fuese su ultima esperanza va descendiendo hasta que
encuentra un lugar donde saltar. Balanceandose y con un impulso se
agarra a la balaustrada, sube y se agazapa en la negrura. En alerta
busca un lugar donde poder esconderse. Reza para que la información que
le han dado sea cierta y no acabe en una encerrona.
Pasos. Detrás de el un
guardia. Actúa como un resorte y el puñetazo en la entrepierna hace caer
al objetivo mientras se derrumba un segundo golpe en la sien lo deja
sin sentido.
-¿Jhon? He oído un ruido, ¿estas bien?
El hombre ni siquiera percibe en su cuello un dardo con curare. Cuando toca el suelo ya esta sin sentido.
Un piso mas abajo y unos cuantos metros a mano derecha y allí esta lo que espera.
El ladrón se levanta al
mismo tiempo que aparecen dos guardias. Todos ponen cara de sorpresa. El
intruso golpea con la cabeza la nariz de uno de ellos mientras suelta
la pierna al tobillo del otro. Sorprendidos vuelven a recibir un
puñetazo en pleno pecho y el acompañante un sonoro puñetazo en el
maxilar. Acto seguido coge ambas cabezas y las golpea dejándolos sin
conocimiento.
Se acabaron las horas de
las florituras. Ya saben que esta aquí. Sale corriendo hacia las
escaleras y mientras baja ve un hombre que sube, esta a punto de sonar
un silbato. En un instante su cerbatana ya lanzado el terrible mensaje.
Como un borracho el hombre cae con un desfallecido silbido que no va a
ninguna parte. Este terrible creador de dolor da gracias por las
enseñanzas de UeyTecutli. En su cintura siente las terribles cuchillas
de obsidiana recibidas por su destreza y valor pero no quiere mancillar
su filo con sangre innoble.
El tiempo pasa rápido y
el efecto sorpresa se ha perdido. Ante su presencia una sala dedicada a
Roma y la guerra. Armaduras y armas. Una exposición de pugios, gladius y
phata junto a jabalinas. Otro tiempo, otro lugar. Dos guardias aparecen
sellando la entrada. Toma una legendaria gladius y vuelven los
recuerdos. Su sangre se calienta. La lucha, el circo y el desafió acuden
a el como un perfume. Gladiadores, arena y mujeres.
-Deja eso ante de que te hagas daño.-dice un orondo guardia. Quizás impone su figura pero no deja de ser una diana.
El aludido se gira lentamente y toma una jabalina sopesa y equilibra el peso en su mano.
-Con eso no darías ni a
un...-no acaba la frase. Un estertor es el punto final junto a un pecho
atravesado por un arma milenaria que hacia tiempo no empapaba su punta
con sangre.
-¡Maldito asesino!
Todo parece que el
guardia va enfrentarse a su nemesis. Pero queda parado y raudo toma el
silbato y se desata el sonido del infierno.
No hay tiempo, no hay tiempo...
Esta letanía resuena en
la cabeza del descubierto. Mientras su plan pasa a modo desesperado
ahora el éxito es a cualquier precio. Corriendo como alma que lleva el
diablo llega por fin a la sala donde se muestra objetos y joyas
cotidianas de los gobernantes romanos.
Expectante el misterioso
hombre va buscando hasta que por fin allí brillando entre otras tantas
reliquias aparece tan codiciado botín.
Ya es mio.-piensa el saqueador.
Cuando una enorme manaza
coge su mano y la oprime. Sorprendido el caco se gira y delante de el
una masa de músculos se impone gallardo. Un guardia alto, enorme y
hercúleo se erige como defensor de la justicia y el honor.
-¿Sabes, mequetrefe lo
que vale este anillo? Bueno tampoco te importe mucho. Lamento decirte
que nada mas abrir la claraboya salto la alarma. Siempre supimos que
alguien había allanado este lugar.
Ante tal charla el
pillado intenta zafarse del agente soltando una patada en la espinilla
que aparte de dejar el pie dolorido al atacante solo consigue enfadar
mas al agredido que empieza a apretar mas la mano de su presa. Ante tal
situación el maleante se deja caer con todo su peso dando una patada en
la base del pie mientras cae haciendo perder el equilibrio al giganton.
Una vez libre empieza a correr. Pero con tan mala suerte que un casco
viene volando e impacta en sus piernas haciéndole trastrabillar y chocar
contra una armadura. Rápidamente coge una loriga, una armadura romana, y
un escudo. Preparado con su fiel gladius decide enfrentarse a la
amenaza. El hombreton saca su pistola y empieza a disparar. Gran error
porque entre el escudo y la coraza no consigue dañar a su objetivo.
-Lo siento amigo, ahora es mi turno.
El gladius vuela
impactando en el pecho del hombre. Siente la sangre caliente
derramandose por su pecho y como la fuerzas abandonan su cuerpo. Pero no
percibe como su adversario abandona a su lado la armadura y el escudo.
-Fuiste un digno contrincante pero el pueblo eligió tu muerte. Lo siento.
Mientras abre su mano y
ve un anillo con un extraño grabado. Los silbatos del exterior le
devuelven a la realidad. Solo queda apresurarse y volver al punto de
partida, con suerte puede subir por el tragaluz. Solo espera que no sea
tarde, si pierde su billete de salida todo estará perdido.
Tras unos instantes que
parecen horas el extraño consigue llegar al tejado. Apenas se asoma ve
como una larga cuerda se va arrastrando como si fuese un eterno reptil.
Alertado por la situación intentar alcanzar la cuerda que ve como se
eleva y se va acercando al final de la azotea. Pone su empeño pero la
soga sigue alejandose.
Todo o nada.
Sacando fuerzas de la nada da un impresionante salto pero sus manos solo cogen aire.
Quedando su cuerpo en
una peligrosa maniobra que le hace caer al vacío. Por suerte en el
ultimo instante su mano engancha el desagüe quedando a escasos
milímetros de la muerte. A lo lejos ve como el zepelin que tenia que
llevarlo se marcha sin su pasajero ni su misión.
Una vez subido de nuevo
toma su arco y prepara su bajada lanzando una saeta contra un grueso
árbol que hay abajo. Da en el blanco y tensa el cordel. Ahora solo queda
volver a la seguridad del suelo. Mientras baja un par de agentes a
caballo se acercan para impedir su huida. El huido corta la cuerda antes
de ser blanco de las balas justicieras. Cae al suelo y se esconde entre
la maleza. Ya no siente la amenaza de los hombres de la placa, antes de
que se den cuenta yacen sus cuerpos atravesados por una invisible
muerte que llega con un silbido apenas perceptible. Es hora de volver a
casa con el deber cumplido a lomos de un vigoroso corcel como el
guerrero que era antaño volviendo triunfante de la batalla.
Amanece cuando un jinete
exhausto y un caballo agotado hacen acto de presencia en la
impresionante mansión Lorrinaga. Antaño lujosa y exuberante caseron
colonial ahora pasto del abandono, la humedad y la vegetacion. Y el
olor, ese olor a podedumbre y agua estancada. Ni siquiera extraña las
camionetas de repartir barras de hielo que se afanan en descargar su
mercancía quizás por prisa o por medio de las extrañas y lúgubre
historias que han oído de este lugar. Y los repartidores que acaban de
llegar y ya quieren salir de allí para respirar un aire fresco lejos de
aquí donde se nota cargado y viciado. Con paso decidido baja del
caballo e ignora el hedor. Todo el mundo pensaría que el dueño de tan
vasta extensión habitaría el lugar mas lujoso y cómodo de la finca. Nada
mas lejos de la realidad. El recién llegado entra y empieza a
serpentear por oscuros y asfixiantes pasillos y pasadizos hasta llegar a
un sótano cerrado por una recia puerta metálica debajo de ella se
observa como sale un humo seco y húmedo. El hombre al sentir el frió se
frota compulsivamente los brazos antes de entrar.
-Hola, Errante. Veo que has conseguido tu misión. Aunque por desgracia no ha sido todo lo discreta que nos gustaría, ¿verdad?.
El aludido tira el
anillo. Aun a pesar de las muchas veces que ha estado allí no deja de
impresionarle el sitio. Un recoveco hundido en el fondo de la tierra
rellenado diariamente con barras de hielo seco.
Una mano blanco y marchita coje el aro. Lo mira inquisitivamente y luego al Errante.
El Errante se siente
incomodo ante ese hombre enfermo y ajado. Encogido y nervudo. Pero
también sabe que tras esa mirada glauca y fría. Tras esos ojos amarillos
se esconde la maldad personificada. Muchos fueron lo que desafiaron e
infravaloraron el poder de este ser y ninguno vivieron para contarlo.
-Quizás no sepas, como
muchos otros la verdad de este anillo. Perteneció a un emperador romano
cruel y despiadado. Tanto que fue eliminado por sus propios hombres y su
nombre fue borrado de la historia para que nunca nadie siguiese sus
pasos.
Lo que tampoco conocían
que esta joya... Cof, cof...-tose mientras agonicamente sigue hablando.-
es una llave a un poder ancestral. Por eso los poco que conocían su
secreto lo ocultaron para no desencadenar una hecatombe. Pero eso es
historia. Es hora de empezar una nueva era. ¡La mía! Y para ello tengo
una nueva misión para ti, querido nómada.
El Errante temeroso piensa en lo que ha desencadenado mientras una risa agónica y sobrecogedora inunda la cripta.
FIN DEL PRELUDIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario